domingo, 17 de mayo de 2020

Escrito 18:55 por con 0 comentarios

El Principito: Análisis a fondo de Frases del libro (Post Complementario – Parte 5) / Reseña Literaria

Imagen
Imagen
Al libro “El Principitolo leí en hora y media más o menos, pero no solo una vez. Los tiempos que me tardé en leerlo no se comparan con el tiempo que me dediqué a analizarlo y escribir sobre él. Antes de tomar mi laptop y empezar a digitar todas las palabras que voy dedicando hasta ahora a la maravillosa obra de Antoine de Saint-Exupéry, me siento a pensar por horas a modo de filosofar un rato y reflexionar a través de muchos fragmentos que capturaron mi atención. La novela está sembrada de frases, es una jungla de frases por así decirlo. Y aquí de nuevo regreso con otro post de análisis, el quinto de su clase.

Léanlo y dedíquense el tiempo que deseen:

Frase 13: “¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?”

Esta frase solo necesita ser una pregunta. Es una interrogante que el Principito abre al hombre de negocios. La respuesta que obtuvo fue: “Me sirve para ser rico”. Pero el Principito no se rinde y sigue preguntando: “¿Y de qué te sirve ser rico?”. A lo que el hombre de negocios le responde: “Me sirve para comprar más estrellas”.

El concepto de esta frase ha sido usado de distintas formas. El refrán que más se asemejaría sería “quien mucho abarca poco aprieta”. Porque, ¿de qué vale tener tantos bienes o acumular tanto tiempo para sentirse satisfecho, si de nada servirá en un futuro? Sabemos que eso no es la verdadera felicidad y el quien dice que la es, se engaña a sí mismo con la falsa ilusión de que las riquezas materiales son sinónimo de éxito. Ser rico no supone que seas feliz. Hay más pobres felices que ricos. La gente humilde valora cada ser y cada cosa que tiene en su vida con tanta devoción porque se concentra mucho en ellos, ya que por ser tan pocos, tienen más peso. En cambio, uno que tenga tanto, sobre todo cosas, tendrá muchos “sobrantes” que no le servirán jamás. Todo lo que acapara será en vano. Se podrá dar lujos y una vida pudiente, todo eso, pero menos felicidad. Hombre que quiere más y más, es un hombre infeliz.

Llega un momento en la vida de muchos hombres que consiguen todo lo que han querido en la vida. Se sienten plenos. Sin embargo, aunque ya posean lo suficiente para ser felices, ambicionan aún más. Desde ese momento empiezan a alejarse de la felicidad para vivir ansiosos y deseosos de lo que sea, incluso de lo que no saben ni para qué le servirá.

El hombre de negocios ha adoptado a la avaricia en su vida. No contento con unas cuantas, sigue acumulando más estrellas en su cuenta. Quiere tenerlas todas o dice ser poseedor de todas. Ocupa su tiempo completo a acumular las riquezas del espacio en números contabilizados. Tiene tantas en su haber que, por irónico que parezca, ninguna le da beneficio. Ciertamente no disfruta de ninguna. Solo puede verlas desde su escritorio y contarlas, nada más. Se concentra tanto en su labor que se desentiende de lo que pasa a su alrededor, es por eso que cuando el Principito pasa a saludarlo, el hombre evita prolongar la plática con el niño. Sentía distraerse y por lo tanto podría fallar en su contabilidad. Eso sería desastroso a su parecer. Que un niño venga a desestabilizar su “patrimonio”, con el simple hecho de entablar conversación, lo cogió desprevenido. Necesitaba concentrarse y así que a seguir con sus cuentas hasta que anotó en un papel la cifra de estrellas que decía eran de su propiedad. Alrededor de su planeta nadie reclamaba el espacio, excepto el hombre. Y en el caso que otro vendría a querer adueñarse, no se lo permitiría, porque simplemente ya contó las estrellas y el número lo tenía apuntado y guardado en un lugar seguro. Es algo así como el dinero que los ricos guardan en sus bóvedas o bancos y jamás usan, es capital muerto, son cifras congeladas que quizá en la vida utilice. Habiendo tanta gente que se muere de hambre (que necesite la luz de una estrella para tener calor), ¿por qué no dársela a ellas? ¿De qué sirve tener tantas mansiones construidas en terrenos que antes eran del pueblo, en lugar de tener una sola casa con las comodidades básicas? ¿De qué sirve tanta ropa o banquetes a diario, en vez de vestir o dar de comer a los que más necesitan? Cada segundo se talan árboles con el sello de la ambición, igualmente muchos pierden sus hogares, se quedan viviendo en la calle sin tener siquiera para un pedazo de pan. Ricos que botan la comida que les sobra o que matan animales para vestirse abundan en el mundo. Hay tantas riquezas que si serían repartidas equitativamente ningún ser humano pasaría hambre, incluso viviría cómodamente.

El Principito, en su inocencia, no entendía porque los adultos eran tan raros. El muchacho desconocía el egoísmo y la avaricia del hombre hasta el día que se encontró con el hombre de negocios. Mucho se parece también este adulto a los corredores de bolsa que se meten a la dura carrera de acumular riquezas. Su rutina consta de estar sentados en su oficina o cubículo la mayoría de horas que están despiertos. Cuando descansan siguen hablando de eso, sobre cifras, cuentas, subidas, bajadas, etc. Dicen llamarse emprendedores cuando no son más que avaros que solo piensan en el beneficio propio, el altruismo no existe para ellos, mucho menos las palabras “suficiente” o “basta”. Quieren superar a todos económicamente en una eterna riña entre quien es el mejor estratega en llenarse los bolsillos.

Al Principito no le simpatizó el hombre de negocios, ni viceversa. Eran dos polos opuestos. El corazón del niño era noble, libre de pecado y libre de perturbaciones. Nuestro héroe era feliz a su manera.


Frase 14: “Bebo para olvidar que soy un borracho.”

Responde el borracho al Principito cuando este último le pregunta ¿por qué bebe? Esta frase se forma juntando las respuestas del capítulo. En otras ediciones, el borracho responde con la frase: “Bebo para olvidar que tengo vergüenza de beber”.

Parto diciendo que el alcohol produce amnesia temporal. Pues, eso cualquiera lo sabe, pero lo recalco porque lo que dice el borracho en su capítulo es una realidad muy cruda, que algunos dan pena y a otros cólera, o quizá un poco de ambos, como es mi caso. Siento lástima ver a una persona que se hunde en el alcohol y a la vez me molesta sus actitudes malsanas. Es así. Ver a un individuo en el más aberrante estado de ebriedad causa repulsión al primer momento.

El borracho en El Principito de una forma u otra era consciente de que su miserable existencia. Beber lo hacía olvidar que era un desgraciado y que su vida estaba tirada por la borda. Estaba tan hundido en el lodo que sacarlo del fondo era tarea de valientes, de un profesional con mucha experiencia en el manejo psicológico de las personalidades, pero, en tal caso, más dependía del afectado y no del quien intenta ayudar. Si el borracho solo busca la solución de seguir libando para olvidarse que era un infeliz, e insiste en seguir dicho camino, nada se podrá hacer para sacarlo de su miseria. La familia y los buenos amigos suelen ser los que más luchan por sacarlos del vicio, porque no soportan ver a alguien que aman tan destruido por su falta de autocontrol.

El borracho tendrá más vergüenza si en su vida pasada había sido alguien influyente o importante, conocido por medio mundo por su intachable conducta y estatus social. Con más razón beberá, dado que en pleno estado etílico no se acordará que antes fue un hombre de éxito, y que por avatares del destino cayó en la más profunda depresión que lo obligó a refugiarse en las copas. Un borracho no es borracho porque quiere, las circunstancias de la vida lo llevaron a tomar tal decisión, podría haber sido la muerte de algún ser querido, la bancarrota de su empresa o tal vez una decepción amorosa que le rompió el corazón. Aquí es cuando el ser humano demuestra de cuán fuerte puede ser, es decir, de cuánta fuerza emocional tenga para dar la cara ante las adversidades y saber superar los problemas. Ya si sigue insistiendo en beber es porque empezó siendo un cobarde y ahora es un estropajo con la visión tapada; se encierra en su propio dicho y rechaza la ayuda porque no está seguro de si lograría levantarse y teme volver al mundo real, poniendo como escudo de mediocridad la frase “qué dirán”.

Si tuvimos las pelotas para hacer que nuestro hígado y estómago aguanten tanto alcohol, debemos tener también el coraje de enfrentarnos de nuevo a la sociedad y renacer como el ave fénix. Ya previamente escribí algo al respecto en el análisis de otra frase del libro El Principito, cuando menciono que tú eres el dueño de tus emociones, nadie tiene ni debe porque influir en tu estado mental, cada uno decide si lo toma de ofensa o lo deja pasar. Salvo que haya una conexión profunda entre ambos seres, la compatibilidad de pensamiento hará que ambos sientan casi lo mismo y al mismo tiempo. Eso ya es otro nivel cuando conectas con tu otra mitad mientras las auras van encontrando el equilibrio.

El Principito sintió lástima del borracho. La poca conversación que pudo entablar fue suficiente para descubrir la desdicha de los hombres. En la sociedad en que vivimos, a los que llamamos parias se los trata mayormente como animales o peor, ni siquiera se intenta ser capaz de acercarse a ellos para escucharlos mientras podrían estar sobrios. Hay pocos que lo hacen. Y esto sirve de mucho para subir el autoestima de estas personas, ya que quizá después de mucho tiempo alguien les trató como seres humanos o apareció un alma caritativa para tomarlo importancia aunque sea unos minutos. Eso los llena y los hace sentirse aún importantes. De que valen como persona y de que a pesar de su condición y aspecto todavía hay gente que no les tiene asco. Cuando son mirados a los ojos pueden al fin sentir nuevamente que tienen un corazón que late dentro.

Los borrachos como el Principito son el tipo de seres que más necesitan ser rescatados. Para ello debe intervenir una persona que verdaderamente siente amor por el prójimo y con vasta experiencia en las relaciones en los diferentes entornos sociales. Aparte de ser caritativo, debes tener dotes de psicólogo, para así mantener una plática provechosa con ellos. Lo primero que se debe de hacer, es darles seguridad y brindarles confianza, que ellos confíen en nosotros y nosotros en ellos. Que sepan que hay reciprocidad. Luego irán perdiendo la vergüenza a medida que se dan cuenta que alguien les está tomando en serio. El desdichado reflexionará y se cuestionará así mismo. Si a parte de alcohol está metido en las drogas y/o actos delictivos, el trabajo del psicólogo será mucho más difícil. En todos los escenarios se debe ser constante pero sin ser en extremo persistente, porque esto a veces resulta ser contraproducente, puesto que muchos adictos lo sienten como una espina en el zapato o un mosco que no deja de rondar por su alrededor. Es molestia e incomodidad para muchos de ellos. Puede que el Principito percibiera algo, y es por eso que se fue rápido y dejó al borracho otra vez solo en su planeta.


Frase 15: “Los hombres se meten en los rápidos, pero no saben dónde van ni lo que quieren. Entonces se agitan y dan vueltas.”

Dijo el Principito tras encontrar el pozo en el desierto. Muchas veces nos vemos metidos en eventos de los que no podemos salir sin ayuda, pero hay algo más que explicar en esta frase.

La mayoría avanzan por la vida sin saber a dónde irán a parar o sin ponerse a pensar por un rato al menos cuál será su destino o cuál es su misión u objetivo que deben alcanzar en la vida. Se lanzan al río sin saber si caerán en una cascada o desembocarán en un mar o un lago. Se dejan llevar por la vida con rumbos impredecibles porque evitan tomar el control, dejan que la canoa los lleve según la corriente del río, mientras los remos se pudren en el suelo porque les da flojera cogerlos, les da pereza total empezar a tener el control, dado que se lo atribuye como algo extenuante y aburrido. Estas personas se rehúsan a realizar cualquier tipo de esfuerzo, solo se sientan y disfrutan del paseo, se dejan llevar por el vértigo y la velocidad, eso les emociona y los hace sentir felices, ignorando qué peligros podrían aparecer en cualquier momento. Solo viven el momento sin medir las consecuencias. Y cuando se dan cuenta que cometieron un error, ya estarán en medio de un remolino de agua que poco a poco les irá sumergiendo. Puede que nunca conozcan el mar porque están demasiado lejos de él.

Cuando el Principito encontró el pozo abrió los ojos del piloto, y el hombre al fin supo que debemos seguir el instinto o los dictados del corazón para hallar lo que deseamos. En ese momento el pozo era lo que más querían ambos, o mejor dicho, el agua que había debajo. Pero el piloto no sabía lo que quería exactamente o no tenía fe de lo que podría encontrar. El Principito, con su confianza inquebrantable de niño, dio con la salvación que les saciaría la sed y les rescataría de la muerte.

Cuando tomas el remo, sabes a dónde quieres ir, con la convicción que tienes sortearás un sinnúmero de obstáculos y gradualmente te irás alejando de corrientes peligrosas hasta acabar en el buen recaudo de un mar o lago, donde podrás tomar el sol tranquilamente en la orilla y sentir el agua calma sobre tus pies. Esperarás el atardecer de tus días viendo los ocasos de la playa. Llegar allá no es fácil, pero cuando vivas allá sabrás qué es lo que realmente querías, claro que era ser feliz, pero ahora sabrás cuál era la forma correcta y segura de serlo. Muchos confunden la felicidad plena con los placeres mundanos efímeros. Lo fácil pierde rápido su valor o se deteriora en un santiamén. Lo difícil, una vez alcanzada la meta, no tiene fecha de vencimiento o, mejor dicho, no habrá nada ni nadie que lo desgaste.

Pensar como niño —lo dije decenas de veces en mis posts sobre El Principito— sirve de mucho en diferentes aspectos de la vida. ¿Recuerdan que de niños querían ser de todo cuando llegaran a ser mayores? Desde carpinteros hasta astronautas, o desde cantantes hasta gobernantes. Queríamos ser lo que sea y, por supuesto, estábamos seguros de que lo conseguiríamos. Y no ocurrió. ¿Cómo se explica? Muy sencillo: Cuando uno va creciendo, va tomando consciencia y la madurez es aprender a tomar mejores decisiones de situaciones que se originan en la vida adulta, principalmente de la realidad. Nos dejamos influenciar por la sociedad que año tras año le hará olvidar nuestros verdaderos sueños, quizá suenen descabellados, pero muchos de ellos podrían lograrse. Los adultos perdemos mucho: seguridad, fe, confianza, convicción, y otros sentimientos semejantes. Los factores externos cambian nuestra perspectiva de la vida, que no debe confundirse tampoco con madurez, porque esto es degradar nuestro espíritu y la madurez es aprender a tomar mejores decisiones de situaciones que se originan en la vida adulta, especialmente.

El Principito no tuvo que dar muchas vueltas, sólo marchar directo con una gran convicción hacia el pozo de agua. El piloto no tuvo otra opción que ir con él, ya que, aunque no sabía si sería una buena idea continuar, era su obligación acompañarlo. No permitiría que una inocente criatura perezca sola en el desierto. Pero el Principito sabía con seguridad qué encontraría lo que buscaba, y es por eso que pronunció la frase cuando llegaron al pozo.

-o-

De nuevo apliqué un poco de metáfora para el análisis de estas frases del libro El Principito. Me explayé como de costumbre, esperando sus apreciaciones al respecto. Más adelante vuelvo con otras tres frases.
Imagen
      editar

0 huellas:

Publicar un comentario