martes, 23 de junio de 2020

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El Principito: Análisis a fondo de Frases del libro (Post Complementario – Parte 7) / Reseña Literaria

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El Principito es un libro que se merece muchos posts, pues el autor, Antoine de Saint-Exupéry, dio en el clavo con esta maravillosa obra literaria infantil-filosófica. Hay frases de principio a fin, que si bien son escritas con un lenguaje sencillo, tienen un significado muy profundo. El Principito es el libro que más he recomendado en todos mis treinta y tantos años. Lo tengo en físico y en archivo PDF. Salvo casos excepcionales, al físico jamás pienso prestarlo. Si alguna vez tenga hijos o incluso nietos, solo ellos serán los privilegiados. Pero si alguien me pide mi único ejemplar, el que lo tengo siempre desempolvado en mi biblioteca, mejor le paso sólo el archivo en PDF.

En esta séptima parte de análisis de frases a fondo del libro El Principito, les traigo igualmente otras tres que elegí. Por ende, aquí les dejo con unos quince minutos más o menos de lectura. Espero lo disfruten:


Frase 19: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso.”

Dice el zorro al Principito cuando inició su relación de amistad. Esto también se conocería como ansiedad o deseo, estar a la espera del ser querido, el momento previo al encuentro donde más nos ponemos nerviosos. El zorro y el Principito desarrollaron una especie de ritual que consistía en establecer un horario dónde ambos tuvieran tiempo para compartir sus vivencias.

Cuando tienes planes con tu mejor amigo o amiga, o una cita con la chica o el chico con quien estás empezando a salir, previo al encuentro, sientes que el corazón se te acelera de emoción. El día te sonríe cuando al fin pueden estar juntos nuevamente. Cuando existe la verdadera amistad el corazón se alegra. Hay veces que incluso, mucho tiempo antes de que se concrete el encuentro, se aguarda sin hacer más nada que estar sentado o andando de un lugar a otro. Deseamos que el tiempo corra más rápido pero luego nos damos cuenta que mientras más esperamos, más tardan en pasar los minutos. Queremos ocupar ese periodo de espera en muchas actividades que nos distraerán la mente, pero seguidamente nos viene el recuerdo de nuestro ser querido.
Que dichosos nos sentimos al saber que alguien que también nos quiere o ama mucho estará frente a nosotros para hacer lo que más nos gusta juntos o simplemente disfrutar de la compañía. La puntualidad suma muchos puntos porque a ninguno de los dos le gusta esperar tanto.

El zorro estaría preparado para recibir al Principito una hora antes de su llegada. Quizá ya tenían programado sus actividades o, en caso no, lo harían una vez se encuentren. Por supuesto que se llegaría a un acuerdo; esto se iría volviendo más fácil a medida que se vayan conociendo, la química emergería poco a poco hasta llegar a la fórmula correcta del entendimiento y conexión. Cuando se alcance eso, habrá mayor coordinación y se actuará más con anticipo ante cualquier eventualidad. La amistad verdadera entre dos seres representa la dupla perfecta.

Las líneas dedicadas al Principito durante su relación con el zorro no son prolijas como los capítulos de un libro promedio, pues la obra de Antoine de Saint-Exupéry no se caracteriza por ser extensa ni mucho menos detallista, pero sí concisa y con el uso de las palabras adecuadas que se abren a interpretaciones innumerables. El autor no pierde el tiempo enredándose en la historia, pues elige bien lo que tiene que decir. Le bastó poco más de quinientas palabras para contar una historia de amistad sin precedentes en la literatura universal hasta la fecha de la publicación del libro. De lo que relata el escritor es posible sacar conclusiones y hasta uno mismo crear los detalles, una tarea del lector que, lejos de ser pesada, es entretenida y que exige de nuestra creatividad o imaginación, pero esta exigencia no es vista como imposición, más bien como una forma de llevar nuestra mente fuera de la realidad, momento que nos desestresa al nivel de hacernos soñar por unos minutos. Muestra de ello lo podemos ver en pinturas, poemas, viñetas y hasta historias extendidas, cada uno inspirado en el Principito. Esto, en general, viene a ser el arte en su máxima expresión originado de la poslectura.

Incluso en el Facebook se pueden encontrar varios grupos y fan pages dónde los usuarios comparten, reaccionan y comentan sin cansancio (me incluyo) todo lo que respecta o se relaciona con el libro El Principito. El piloto, la rosa y el zorro son los personajes principales de mayor importancia. Las frases que dice el zorro, como la que se está analizando, se han grabado en la memoria de miles de lectores del libro. Es importante recordar que el zorro conocía mejor a los hombres que el Principito. Su vida en la Tierra, pese a estar alejado de las sociedades humanas, no estaba del todo solitario, de vez en cuando se topaba con una persona. En cambio, el Principito vivía en su planeta solo al lado de su rosa, y hace poco que recién había conocido a algunos individuos, a cada uno en su planeta, que también estaban casi tan aislados como él, de forma distinta y a la vez parecida. El zorro, por lo tanto, tenía mayor experiencia de la vida; muestra de ello eran las frases que aplicaba o usaba con el joven príncipe. Este último aprendió más del primero que lo que fue al revés. Uno era apenas un niño que empezaba a conocer el mundo (universo) y otro ya quizá un adolescente con más vivencias en su haber.

La amistad entre el Principito y el zorro adoptó el rito de encontrarse a horas programadas, costumbre que es la columna de cualquier relación estrecha y sincera. Vale resaltar que la puntualidad debe ser primordial como señal de respeto. Es una virtud, que si ambos no la tenían, se irá forjándola con el pasar del tiempo. Si todo marcha bien y el entendimiento va mejorando, se hará más fácil la espera, y la paciencia se fusionará con el entusiasmo hasta volverse una espera reconfortante el tiempo previo a cada encuentro. Si ese sentimiento perdura es porque también se supo ser fiel al ritual. La dicha será tan fuerte como el primer día que se programó el encuentro. Esto es difícil de lograr pero no imposible. Si dejas de desearlo, es por falta de interés o aburrimiento. Y lo más sensato, es dejarlo ahí. Tal vez haya otros caminos.


Frase 20: “Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio…”

Pensó el piloto mientras conversaba con el Principito durante sus últimos momentos al lado de él. El hombre sabía que el niño estaba por despedirse. La soledad del desierto sería el escenario donde el Principito desaparecería, el lugar donde todo empezó sería también dónde todo acabaría.

El Principito ya no tenía más qué hacer en la Tierra. Además el piloto había entablado una estrecha relación con él. Pero el momento de regresar a su planeta (a su mundo) no tenía por qué aplazarlo. Allá seguía su rosa esperándolo, los baobabs tal vez ya amenazando con invadir el terreno, sus volcanes separados entre sí y todo lo demás que constituía la experiencia previa a su viaje por el universo. El piloto conocía eso en general y tenía que dejarlo ir. Bueno, hasta esta parte de la serie de análisis de frases y reseñas que se viene haciendo en este blog, ya sabemos que el Principito en realidad no desaparece del todo de la vida del piloto, sino que —como representa el yo de niño— ambos volverán a ser uno solo de manera más conscientes, puesto que el crío vivirá dentro del adulto ahora de forma más intrínseca.
¿Pero qué significa amar el desierto? Vamos por pasos. Primero, empezamos con fijarnos a que en el desierto solo se ve arena y de vez en cuando un cactus o un animal que se escabulle o esconde en su superficie. Segundo, a veces pasa mucho tiempo hasta no ver más que arena. El sol que quema con fuerza durante el día y la oscuridad que trae el frío por las noches hace de este paraje una región hostil, en la cual uno no podría estar más solo (literariamente) de lo que estuvo durante toda su vida. Tercero, hay momentos dónde solo estás sumergido en tus pensamientos, y es cuando el tiempo transcurre más lento. En el silencio algo resplandece y ese resplandor para el piloto no es otro más que el Principito. El niño, su yo-niño, representa la luz de esperanza que aparece de repente y que una vez que ha cumplido la misión de devolverle la seguridad y el temple, simplemente regresa a su interior para yacer ahí y volver a manifestarse cuando la necesite de nuevo. Por último, esa luz ya no estará dormida como la estuvo durante el largo tiempo que el piloto se había olvidado de cómo es tener la mente de un niño. Esa luz, ese resplandor, vivirá en el corazón ahora, presta a emerger en los momentos que más se necesita de la esperanza y de elegir lo que es bueno tanto para nosotros mismos como para el resto a la vez.

La caída del piloto en el desierto es una analogía al momento en que los seres humanos tocamos fondo. Es allí donde necesitamos estar en soledad, sin nadie que nos perturbe más de lo que ya estamos. Solo podemos hablar con nuestra consciencia, y en el caso del aviador, su consciencia es el propio Principito, según lo dije ya muchísimas veces desde mi punto de vista.

La luz, el resplandor, apareció en medio de la nada, el Principito apareció en medio de la nada. El único en medio de la soledad del desierto quien puede hacer compañía al piloto, es el Principito. Se abre un encuentro con el interior del ser, similar a cuando se despeja la mente al practicar yoga, en dónde empiezas a conocerte más a ti mismo. Amamos esta soledad porque en ella encontramos refugio. Pero llega el momento donde ya quieres huir de ella y volver al mundo real para enfrentarlo. El desierto también significa eso. No solo es el paraje dónde se toca fondo, sino dónde te compenetras más contigo mismo, dónde tus pensamientos se escuchan como gritos, lejos de cualquier otra señal de vida.

Pero permanecer mucho tiempo en soledad no es saludable. El hombre por naturaleza es un ser sociable y la necesidad de volver al mundo real y estar rodeado de sus semejantes se va a manifestar en cualquier momento. Una vez se haya consumado el tiempo en soledad, se querrá solucionar lo pendiente. Con la dicha solución en mente, uno está preparado para salir de los aprietos. El mundo real lo espera pero esta vez aparecerá más fuerte, con más humanidad, con más decisión. Tras tener una visión mística o encontrarnos al borde de la muerte, no volvemos a ser los mismos. La soledad por un tiempo prolongado nos atormenta el corazón, dejándonos huraños y antisociales; mientras que la soledad por un tiempo determinado o suficiente para entrenar nuestro espíritu, nos renueva y los dolores se vuelven parte del pasado, que, en lugar de renegar por ellos, agradecemos más bien haberlos experimentado, porque aprendimos mucho más de lo que imaginamos.

El piloto, involuntariamente, hace una especie de entrenamiento espiritual o una lucha interna dónde acabará siendo una de dos. En este caso, no habrá segundas oportunidades, es ganar o perder. Si sale victorioso, vivirá; pero si no lo logra, solo lo aguarda la muerte. ¿Y quién fue el que vino a salvar de la muerte al piloto? Pues él mismo, su yo de niño, el Principito. Fue su yo del pasado quién le salvó, el resplandor en medio de tanto silencio, en medio de aquella paz, que si se alarga puede convertirse en pesadilla. Una carrera contra tiempo se armó desde que el avión del piloto se estrelló contra las vastas arenas. El Principito fue el quién le ayudó a recobrar la esperanza para que su nave levantara de nuevo vuelo. Y aunque el niño a simple vista no parecía ayudar en nada, en realidad lo hizo desde el primer momento que se apareció ante el piloto, su yo de adulto.


Frase 21: “Cuando uno está muy triste son agradables las puestas de sol.”

Dijo el Principito al piloto. Todos los seres humanos tenemos un lugar preferido o un sitio donde nos sentimos más cómodos, allí donde pensamos y meditamos sobre la vida. Cuando uno se siente triste no solo desea que alguien le consuele o le haga compañía, muy al contrario sucede muchas veces, cuando lo que se busca es estar solos. El Principito en su planeta, pese a ser muy pequeño, tenía problemas como cualquier persona, pues no existe una vida sin ellos, siempre se tendrá que lidiar queramos o no para así estar en paz y regocijo absoluto, al menos eso es lo que se busca pese a no conseguirla completamente, a excepción de muy pocas veces. A la mayoría les basta con vivir cómodamente, con problemas menores y pesares temporales o leves. Reconforta la buena salud, la buena economía y el amor mutuo, principalmente. Con estos tres elementos en la vida, uno puede ser feliz. Sin embargo, hay momentos de tristeza que son muy difíciles de afrontar y que uno no se lo espera la mayoría de veces. Allí es que acudimos al lugar donde nos sentiremos mejor, o esperamos que así lo sea. Nos agrada de alguna forma, porque no solo somos felices al lado de alguien, sino también, en un determinado lugar.
Al Principito le agradan mucho las puestas de sol, y es por eso que siempre que podía se sentaba para apreciar una. Un niño romántico y con alta sensibilidad es quien es el Principito. Con un gran corazón, que solo los niños son capaces de tener. Jamás ofendió ni hirió a su rosa en todo lo que se puede leer en el libro. Él simplemente agacha la cabeza, se retira y se aleja para pensarlo mejor y de esta forma encontrar respuestas a base de otras experiencias. En sus momentos tristes, el niño no pierde el control. Se tranquiliza. Se relaja. Se calla. (Ya debería haber aprendido más sobre él). Es un ser que mantiene la calma, es un ser que no deja de sorprendernos si volvemos a recordarlo, porque cada vez que lo hacemos, descubrimos algo nuevo, aprendemos algo nuevo, o algo que ya sabíamos, pero que no aplicábamos. Se siente como un jalón de orejas. “¿Cuándo vas a aprender?”, hay una voz que nos habla desde adentro, y luego nos damos cuenta que es el mensaje que nos deja Antoine de Saint-Exupéry. El autor, por aquellos años, quizá ni se imaginó que su principal obra seguiría cambiando las vidas de muchas personas en el mundo. Y “El Principito” no ha tenido que ser necesariamente un libro de autoayuda para “corregir” la vida de sus lectores, porque a experiencia propia, más me han servido los libros filosóficos que los del estilo de Kiyosaki o Cuahutémoc. Porque para ser feliz no seguimos los métodos o caminos que se nos recomiendan o imponen, ni tampoco para ser exitoso necesariamente tienes que ser rico. Cada uno es libre de elegir, cada uno entiende la fortuna de forma distinta. En el Principito no hay reglas qué seguir, no te muestra directamente formas de salir adelante. El Principito es un libro para interpretarlo por uno mismo. El secreto de su éxito está en descubrir sus mensajes. Es como que te quitan el velo lentamente y poco a poco vas entendiendo la verdad y respondiéndote a ti mismo qué es lo que debes hacer.

Ver una puesta de sol es ver acabar el día lentamente. Ser conscientes de que la Tierra sigue girando, que el ciclo de la vida no se detiene pero tampoco va rápido. El tiempo avanza tan pacientemente como si supiera qué ocurrirá mañana. Ver un ocaso es ser testigo atento de que la noche es tan distinta al día, pero aun así, todo sucede en el mismo lugar. El Principito, por ser niño, sentía que el tiempo corría más lento, pero en realidad el tiempo avanzaba al mismo ritmo que en la vida de cualquier adulto. Pero la vida de muchos de nosotros va a un ritmo acelerado, que pocos se toman la “molestia” de apreciar lo bello de los detalles. El mismo ambiente o círculo social hace que las horas pasen en un santiamén, tal y como ocurre con el farolero. Ese hombre no era feliz, para él su rutina no tenía fin, y las puestas de sol eran tan comunes, que no había tiempo de apreciarlas porque sucedían tan rápidas. Era tan infeliz, que ni siquiera se daba el tiempo para estar triste. Aunque suene paradójico, eso es peor, porque pierdes mucho de tu humanidad, puesto que solo pareces un mero autómata, sin otras opciones ni tener más que elegir que su miserable vida, a menos que dé un giro de ciento ochenta grados.

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Y con esto termino el análisis de tres frases más del libro El Principito del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry. Francamente, no sé cuántas más haré, pues durante estos días no he podido ni tampoco sé si podré publicar mucho debido a las tragedias que he vivido últimamente en mi familia, producto de la pandemia mundial de Coronavirus. Espero pronto pase todo esto, ya que poco a poco estamos superando los duros momentos.
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