domingo, 5 de julio de 2020

El Principito: Análisis a fondo de Frases del libro (Post Complementario – Parte 8) / Reseña Literaria

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El Principito es un libro en donde en un solo párrafo se puede leer casi la misma cantidad que en un capítulo entero de cualquier libro de páginas promedio, y no porque sus párrafos tengan miles de palabras (eso sí que no tuviera sentido), pues el hecho es que no es necesario escribir tanto para decir mucho, así como escribir mucho no significa que digas tanto. Antoine de Saint-Exupéry, el autor, tuvo el don —quizá sin saberlo— de expresar mucho con pocas palabras. Deducimos que su “imaginación de niño” aportó mucho a esto. Leer un capítulo de “El Principito” no toma ni cinco minutos, pero con eso es suficiente para hacernos pensar por muchas horas acumuladas sobre el mensaje (o mensajes) que no se comprenden, varias veces, al primer repaso. Por eso, si leíste El Principito sólo por una vez, no pasará mucho hasta que lo vuelvas hacer, y sin darte cuenta, ya te habrás memorizado al menos una docena de sus frases.

Y para hacer de este modo homenaje a la obra de Saint-Exupéry, es que —como lector fan— decidí hacer esta serie de análisis a fondo de sus frases. Hoy, nuevamente, les traigo otro trío de frases, elegidas al azar. Échenle, por favor, una lectura:


Frase 22: “Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.

Respondió el guardagujas al Principito. La inocencia de los niños no conoce de límites, así como su curiosidad. Ambas van de la mano. Cuando el Principito se pone a conversar con el guardagujas o ferroviario, el hombre nota inmediatamente la ingenuidad del muchacho, su candidez a flor de piel, pues todo lo que decía era solo lo que alguien con corazón puro era capaz.

Cuando uno es niño no se fija en "el qué dirán", aún la vergüenza no se define del todo a tan corta edad. Hacemos (hicimos) muchas travesuras tal vez, pero ninguna con malas intenciones, porque la malicia aún no se manifiesta o no forma parte del ser aún; esta aparecerá a medida que vayamos viendo la realidad del mundo, pudiendo decir que los años previos a la adolescencia, ya se van observando las primeras señales.

Un niño se acerca a un mostrador o una vitrina para ver qué hay dentro o detrás éste. Se pega tanto, que presiona su cara hasta quedar con la nariz aplastada. Sus ojos fijos en su objetivo, deseoso de querer lo que ve o curioso de saber lo que es o para qué sirve. Hasta se llega apoyar las manos sobre el vidrio, quizá en el vano intento de traspasarlo. ¿Les pasó eso? Creo que a casi todos en su niñez.

Pero la historia no termina ahí, como ya sabrán. Si la madre o el padre están cerca, ellos no tardarán en ser abordados, ya sea con un jaloneo de brazos o una pataleta de esas clásicas, que muchas veces acaban en berrinche escandaloso. Pero, el niño solo hace lo que sus deseos le dictan, a tan temprana edad es difícil controlar las emociones, y esto seguirá si la educación no toma mano dura. Allí es donde el jefe de familia debe inculcar a fortalecer la inteligencia emocional. Lamentablemente este aprendizaje tiene un doble efecto, tanto positivo como negativo. El niño, gradualmente, irá perdiendo la inocencia con la que vino al mundo, dado que conocerá la cruda verdad de cómo funcionan las cosas: no siempre se obtiene lo que se quiere. Pero luego, si el joven aprendiz tiene unos padres aún más experimentados y bondadosos, de paso muy proactivos, el niño crecerá con la enseñanza de luchar por cumplir sus sueños, teniendo muy en claro la distinción entre estos y los caprichos, cada uno muy distinto al otro. Así como también buscará alcanzar sus metas y lograr sus objetivos, sabiendo diferenciarlos de los deseos, que son más bien momentáneos y poco beneficiosos a la larga.
Elegimos nuestras prioridades impulsados —mayormente— por el deseo, sin pensar más allá. Tomamos lo que se nos antoja, y, si no podemos tener ese algo o alguien, presionamos con fuerza. Pero si aun así no lo conseguimos, insistimos más, muchas veces ya en vano porque nada de lo que hacemos da resultado. Eso llena de frustración, que en lugar del clásico berrinche de niño, ahora las reacciones puede ser mucho más violentas o impredecibles. Si de niños no aprendimos a controlarnos, de adultos será desastroso, al grado incluso de cometer alguna locura que después nos podamos arrepentir. El autocontrol se adquiere en el transcurso de nuestras vidas, así cómo saber elegir bien nuestras prioridades. Es importante eso, para saber a dónde dirigirse y evitar bregar en asuntos o metas que nos convienen: que a simple vista atraen pero que no convienen.

El capricho no debe tomarse por objetivo de vida, ni mucho menos por sueño o meta. Eso debe quedar en la niñez, porque esta etapa debe ser considerada siempre como aprendizaje del control de las emociones y formación de la personalidad. El Principito se encontraba pasando por dicho periodo. Su proceso de descubrimiento y autodescubrimiento formarían las bases para madurar como ser humano. Durante el libro, de inicio a fin, el lector nota la evolución del muchacho. Con cada persona que conversaba aprendía algo nuevo, con cada lugar visitado ganaba una experiencia nueva, con cada día fuera de B-612 dejaba de ser niño. La vida del Principito estaba marcada por una serie de acontecimientos que le ayudaron a crecer espiritualmente, algo que pocos hombres y mujeres se lo permiten. El niño fue adoptando todo lo positivo de sus experiencias, y todo lo negativo le servía de mucho para compararlo y darse cuenta que no le hacía feliz, ya que la felicidad es el fin de todo ser humano, pero no la felicidad que produce el placer efímero o el gusto inmediato, sino la felicidad que perdura, la verdadera felicidad. Y lo sorprendente de todo esto, es que el Principito lo sabía. El niño conocía que dirección le convenía seguir. Puede que no dejara la costumbre de pegar la nariz a los vidrios, pero no impulsado por el capricho ni la obstinación, más bien avivado por la admiración y la curiosidad, la sorpresa de ver algo ignorado hasta el momento y la búsqueda del conocimiento a través de los mismos hechos. El postre de apariencia más apetitosa no suele ser siempre lo que se ve a simple vista. Elegir el que verdaderamente sí tiene el mejor sabor requiere de un sentido de la intuición muy desarrollado, y que solo se adquiere mediante la experiencia. Con esto sabemos que en la vida no solo se tiene que ser inteligente, además de eso, ser intuitivo es un requisito indispensable para poder lograr los objetivos a pasos más certeros y ágiles.

Que el personaje de un niño nos enseñe a cómo vivir, a través de un libro que más luce como infantil, es algo sutil y asombroso a la vez, porque el autor no lo presenta como material de lectura de autoayuda tampoco como una guía para ser mejor persona. El Principito es un libro para descubrir lo que uno mismo ya sabía, pero que hacía falta ponerlo en práctica. Te hace recordar en qué fallaste y qué debes hacer (o no hacer) para corregir o enmendar tus errores. Por ejemplo, si te seguías encaprichando por conseguir algo o alguien que no es para ti, recordarás que de niño tus padres te decían que si comes mucho el pastel de chocolate que venden varias tiendas con exhibidoras, te enfermarás por acumular mucha azúcar en tu organismo. Y sabemos muy bien, que todo exceso es dañino, ya sea para el estado mental o de salud. Así que, a elegir bien pensando y no ser precipitados ni impulsivos en nuestros proyectos.


Frase 23: “Los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada; compran las cosas ya hechas a los comerciantes; pero como no existe ningún comerciante de amigos, los hombres ya no tienen amigos.

Dijo el zorro al Principito, mientras le pedía que le domestique, es decir, cuando le pedía que empezaran una relación de amistad. Tal y como lo hemos leído en el libro, el zorro y el Principito compartieron un tiempo juntos y aprendieron el verdadero significado de la amistad. Muchos párrafos referentes a esto, pueden leerlos en anteriores posts de análisis de frases de la obra de Antoine de Saint-Exupéry, que pueden fácilmente buscarlos haciendo clic en el icono del Índice habilitado al inicio de la entrada.

La vida del ser humano se está volviendo cada vez más materialista con el paso de los años. El ritmo acelerado de las actividades hace que no se tenga más tiempo para darnos un espacio más humano, ya sea con la propia paz del ser o a través del contacto psicológico y espiritual con los demás. Actividad que ahora llamamos una “pérdida de tiempo” o, peor aún, una “sonsera” que aburre y te atrasa. “No hay tiempo para eso”, dicen casi todos, pensando que solo lo pueden hacer las “personas aburridas” como suelen designar. “Tengo que trabajar” es el principal mantra que es escuchado en la sociedad moderna. Dejamos muchas veces que el trabajo nos consuma y no podamos ver más allá. No se afirma que el trabajo sea una carga o es malo, muy al contrario, pues éste es una de las ocupaciones más dignas de elogiar; sin embargo, cuando solo te dedicas a eso, sin darte un respiro, sin darte el gusto de disfrutar de la vida, sin permitirte una sonrisa sincera, serás esclavo día y noche. Tal vez ahora no tengas opción, porque si dejas de hacerlo, dejaras de comer o ayudar a tu familia; pero no debemos perder la esperanza de que pronto el esfuerzo traerá sus recompensas y podremos disfrutar de los frutos.
Mientras más actividades tengamos que hacer, menos tiempo tendremos para dedicarnos a cosas que realmente nos ayudarán a crecer como seres humanos, tal vez no en riquezas o fama, pero sí en cómo llegar a ser una persona realmente feliz y libre, una persona sin ataduras, sin preocupaciones y en paz consigo mismo y con el resto. Obviamente que si eres pobre, no tendrás otra opción que seguir dándole con empeño, hasta salir adelante. Una vez se llegue a eso, también tendremos muchas oportunidades de hacer amistades y trabar relaciones que nos llenen el espíritu, alejándonos del materialismo y el consumismo que ensucian nuestras mentes, que ataca a todas las clases sociales, desde la más pobre hasta la más rica. La erradicación de esta idea y costumbre parte de uno mismo. Es difícil pero no imposible.

Todo el mundo sale de compras, la naturaleza del hombre es querer lo que le gusta, y todo lo que muestra un comerciante puede llamar la atención o causar curiosidad. Todo negocio es así. El propósito es meterse en tu cabeza y hacerte creer la necesidad de adquirir lo que ofrecen. Somos negociantes, compramos, vendemos, regateamos y hasta mentimos por tener algún beneficio. Así funciona el mundo. Muchos vivimos del comercio, y eso está bien, pero lo que no está bien es empecinarse en acumular cosas, que a la larga no te servirán o que no tardarán en perder su valor.

La amistad no se compra ni se vende, la amistad se gana, la amistad se aprende a conservarla y a reforzarla. Podrás tener la mejor tecnología en entretenimiento pero, si no tienes un amigo, nada tienes. Podrás conversar con cientos de personas al día, pero con ninguno quizá puedas tener una conversación de amigos, tal vez todos con quienes te relaciones no llegues a nada más que un simple intercambio de palabras. La mayoría de adultos evita conocer más a fondo a ese alguien y se conforma con un “hola” y “chao”, porque dicen no tener tiempo o que necesitan cumplir con actividades que ellos consideran las más importantes.

El zorro conocía muy bien a los hombres, porque observaba siempre su comportamiento. Tal vez a un comienzo pensó que el Principito sería como ellos, por eso su aclaración del asunto a través de frases puntuales y bien escogidas. Pues cuando dice “no existe ningún comerciante de amigos” da a entrever que la amistad no se comercializa, no se ruega, es decir, no se paga para tenerla. La amistad emerge sola, de manera espontánea, sin ninguna presión, ya que nace de una necesidad sincera y compartida. Esto vendrá cuando dejamos de pensar solo en nosotros mismos y demostremos algo de empatía.

El mejor regalo que dos amigos pueden ofrecerse es su tiempo. ¿Y por qué? Porque, realmente, el tiempo representa la vida, y la vida de cada uno engloba todo lo que recuerda, si la pierde, se acaba todo lo que tiene soñado. Por tal razón, el tiempo cuenta con un gran valor, dárselo al menos un poco al prójimo estás siendo generoso, porque detuviste tus actividades para dedicarte a ayudar a otro. Le dedicaste minutos u horas de tu valioso tiempo sin pedir nada a cambio, acabando con cualquier indicio de egoísmo. Lo mejor viene al final, cuando te sientes satisfecho por haber servido, feliz por haber dado felicidad. Todo lo que haces regresa a ti, recuérdenlo. Es el efecto rebote y depende de la fuerza con la que lances, dichos actos te serán devueltos. Eso es la ventaja de hacer cosas que no sean solo las tuyas. Tampoco esperes nada a cambio, porque si es así, ya no estarás siendo bondadoso, al contrario, estarás siendo egoísta e interesado, la típica actitud del político.

El Principito y el zorro nos dejan un gran ejemplo de la verdadera amistad. El tiempo que ambos se dedican les ayudó a evolucionar espiritualmente, y de paso a afianzar sus virtudes y a forjar otras nuevas.


Frase 24: “Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.

Esta frase no es pronunciada por ningún personaje, es el mismo narrador que la cita en el capítulo del vanidoso, en donde el Principito conoce a este singular sujeto, quien es nadie menos que la viva personificación del narcisismo.
Cualquiera que se crea superior y que al mismo tiempo tenga la perenne necesidad de ser admirado está claro que requiere de ayuda psicológica inmediata. Pues este tipo de persona siempre esperará ser aplaudido o querrá escuchar una apreciación de cualquiera, y si esto no llega a pasar, no tardará en sumirse en una absoluta y absurda depresión. Amor propio es de lo que carece, por lo tanto, su autoestima está por los suelos. Se atribuye como el ser más hermoso, pero, eso lo que dice ser, es originado de la opinión de los demás y no de él mismo, es decir, no proviene de su interior, es obligatorio que otro hable bien de él para poder creerse tan bueno. Es como alguien que depende de las drogas para poder sentirse feliz. Para los admiradores, los aplausos, las loas o hasta los comentarios positivos en su perfil de red social son su droga. Los vanidosos se regodean con las frases zalameras de alguna multitud o con los millares de reacciones en sus fotos, y mientras más, mejor. Si bien casi siempre no sea suficiente, ellos pueden estar algo tranquilos cuando acaben un día con una dosis más alta de admiración.

Los vanidosos buscan ser el centro de atención y no desperdician la oportunidad de hacerse notar, hablan mucho, sin dejar de hacer ademanes, tal y como sucede con el hombre que conoció el Principito. A un principio puede tener un toque de divertido conversar con ellos, pero no pasa mucho hasta tornarse tedioso y molesto, ya que no casi te dan espacio ni para decir alguna frase, salvo que fuera solo algo positivo de él; tampoco te ven como tu semejante, sino como un ser inferior que solo debe admirársele y nunca estar en contra suya, porque cuando pase eso, es muy probable que pierdan la cordura y terminen en una soberana disputa, más si no eres de tolerar a un individuo tan arrogante y encerrado en su mundo egoísta. Lo peor, lo que dicen ellos es la verdad y no hay otra más, cualquier opinión en contra es repudiada, jamás respetada, ya que su palabra dice ser ley, así de tajantes, así de obstinados.

Los vanidosos odian la soledad. Es clásico ver a uno rodeado de personas, quienes por cierto ninguna de ellas es su amigo. Así es, los vanidosos no tienen amigos, por el hecho de ser uno de los tipos más egoístas. Tal vez, el Principito presintió que si seguía quedándose en el planeta del vanidoso, había una elevada probabilidad de sentirse aún más incómodo, y de hecho humillado por la exigencia del hombre con desórdenes mentales, precisamente, trastornos psicológicos. Definitivamente, todo vanidoso debe ser bajado de su nube, pero para que no resulte aún más afectado, de forma urgente, debe de ser tratado por un especialista en personalidad. Por su parte, el Principito hizo muy bien en alejarse y continuar con su viaje por el universo, el vio más allá del vanidoso y supo de antemano que no era buena idea seguir hablando con él.

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Hasta este momento he realizado el análisis a fondo de veinticuatro frases del libro “El Principitode Antoine de Saint-Exupéry, y escribí seis posts previos, sobre la sinopsis, personajes, resumen, crítica, conclusiones y recomendaciones; todos juntos hacen un total de cuarenta y dos mil palabras aproximadamente. Solo en este blog escribí dicha cantidad de palabras, pues además, tengo otro dedicado a noticias de actualidad y temas variados, en el que publiqué tres artículos sobre El Principito, que si bien no sumen muchas palabras, puedo decir que me dediqué más de lo esperado al inicio de la aventura de reseñar y analizar uno de mis libros preferidos. Todo este trabajo lo pueden encontrar de manera concreta y ordenada haciendo clic en el Índice, que está habilitado en forma de ícono al empezar los posts. Al revelar los detalles de esta hazaña no lo hago con el propósito de darla por finalizada. Los análisis sobre las frases de El Principito continuarán, pero también podrán leer las reseñas de muchos otros libros que iré publicándolas con la frecuencia que me sea posible.
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